Esfuerzo

Vuelvo a esta palestra después de mucho tiempo, movido por un tema que me atañe profesionalmente.  En distintos foros docentes prolifera una serie de banderías, sectarismos o como queramos llamarlo, entre, por ejemplo, reivindicadores de la memoria versus de metodologías activas, innovadoras contra tradicionalistas, etc.  De toda esta liga sin premio ni tabla de clasificación me apetece comentar la de quienes piden más esfuerzo al alumnado versus quienes buscan más su bienestar emocional y social.

 

La petición de esfuerzo al alumnado es legítima y razonable.  En la vida postacadémica nuestros alumnos y alumnas no van a encontrar más que esfuerzo y más esfuerzo.  No hay otra.  El problema no radica en esforzarse per se.  Lo primero que hay que analizar es de dónde se parte para llegar a dónde.  Me explico.  Imaginemos a Julia y a Julio.  Los padres de Julia son abogados, médicos, profesores o algo por el estilo.  Los de Julio son amos de casa, parados, trabajadoras eventuales del campo o de la hostelería.  Julia tiene la casa llena de libros y Julio, llena de... nada.  Los padres de Julia la llevan al teatro en Londres y a conciertos de Mozart en Salzburgo.  Los de Julio, al parque infantil gratuito, a ver blockbusters el día del espectador y al Mercadona a comprar marca blanca.  El sistema educativo no puede hacer lo mismo con los dos. Eso se llama equidad compensatoria, pero el sistema, por inercia, por comodidad o por razones presupuestarias, opta por la tabla rasa igualatoria. Súmenle a las diferencias sociales las particulares, psicológicas o actitudinales, derivadas de lo que ha venido en llamarse inteligencias múltiples, las cuales muchos/as intentan menospreciar, obviando lo que tenemos delante de las narices, a saber, que Messi tiene muy desarrollada la inteligencia kinésica, pero no la lingüística y que a Neruda o a Balzac les pasaba lo contrario. Circula por ahí un chiste gráfico en el que un profesor sentado en su mesa explica a un mono, un elefante, un pez, una foca y un perro que el examen consistirá en subirse a un árbol.

 

Los detractores de este razonamiento argumentan que hay cosas que hay que saber sí o sí y que no exigirlas llevará al sistema al declive intelectual y, por ende, al fin de la cultura y la civilización.  Semejante amenaza la llevamos escuchando ¿cientos, miles de años?  En tablillas mesopotámicas y textos de la Grecia clásica ya hay vaticinios de ese tipo.  Nada nuevo bajo el sol.  Cuando llegó la ley de Villar Palasí ya se dijo que el apocalipsis acaecería más o menos allá por 1980.  Luego vino la LOGSE y más de lo mismo.  Muchas arquitectas, poetas, astrónomos y neurocirujanas actuales estudiaron con esa ley en el sistema público y no se acabó el mundo (una vez más).  Ahora le toca el turno a la LOMLOE.  Ya se oye por ahí que se van a regalar los títulos de Bachillerato y no sé cuántas cosas más.  La verdad es que quienes trabajamos a pie de aula sabemos que, desde siempre y de facto, pocas veces se queda un alumno/a fuera del sistema porque se le atraviese una materia o un profesor/a.  Se le buscan las vueltas para que llegue tarde o temprano a la sacrosanta selectividad.  Lo que va a hacer la ley es sancionar un uso ya establecido y que además no es exclusivo del nuevo sistema español.

 

La ministra ha dicho en la prensa que no se trata de menospreciar el esfuerzo, sino de motivar para el esfuerzo.  Cada cual se esfuerza lo que quiere, pero también lo que puede.  Es el sistema el que se tiene que esforzar en que el alumnado quiera esforzarse y para ello necesitará varias cosas: que la administración rebaje la ratio y la burocracia y que cambien de una vez por todas metodologías y sistemas de evaluación/calificación, para lo que se necesita que los contenidos no sean tan teóricos, tan enciclopédicos ni tan academicistas como lo son hasta el día de hoy.  Cualquier ciudadano/a puede hacer la prueba del algodón e intentar recordar un porcentaje razonable de las fechas, reyes, fórmulas y afluentes que le metieron en la cabeza durante sus años mozos.  No se pueden adaptar, tal como marca la ley, la metodología ni la evaluación si hay que impartir tantísima información no pertinente.

 

No quiero entrar en disquisiciones demasiado políticas, pero da la impresión de que muchas veces coincide que quienes más arriba están en el escalafón social, más apelan al valor del esfuerzo, cuando son quienes menos lo necesitan, ya que parten de posiciones más ventajosas.  Los defensores/as de la meritocracia son casi siempre los que menos méritos han tenido que demostrar para alcanzar sus posiciones. No parece casualidad que la segunda persona más rica de España sea la hija del más rico.  Existen individuos/as que salen de la (casi) nada y consiguen un imperio, pero no podemos hacer depender un sistema de esos memorables, ultra-publicitados y escasísimos ejemplos.  La verdad es que, según algunos estudios, el alumnado de baja extracción social tiene casi siete veces más posibilidades de abandonar los estudios que los de la parte alta de la tabla.

 

Y ya puestos a comentar novedades de la nueva ley, aquí va un parrafito/excurso sobre los famosos exámenes extraordinarios de septiembre. Todos y todas las docentes saben de sobra que se presenta un diez por ciento del alumnado y aprueba un veinte de ese diez (grosso modo).  Es decir, que son una disparatada pérdida de tiempo y de dinero que pone en evidencia al sistema mismo, ya que propugna que un alumno/a aprenda en dos meses (en realidad dos semanas cortitas) y fuera del aula lo que no ha aprendido en nueve dentro de la misma.  Eso sin contar que suponen un problema de organización de matrículas, grupos y plantillas docentes que retrasa la organización de los centros hasta la segunda semana de septiembre, dejando literalmente cuatro o cinco días para matrículas, plantillas, grupos, optativas, horarios...  Una locura sin parangón que intuirán todos/as ustedes y corroborarán mis compañeros/as que trabajan o han trabajado en equipos directivos.

 

Vaya, parece que me he calentado y me ha salido el artículo demasiado largo.  Esto se deberá, supongo, a que, como les dije al principio, me interesa el asunto y por eso lo he escrito sin ningún esfuerzo.  Quod erat demostrandum.