En estos días se están evidenciando cosas que estaban más o menos ocultas bajo toneladas de superficialidad, virtualidad y prepotencia. Me refiero a todas esas partes de la sociedad a las que normalmente no se les da la importancia que tienen, mientras se encumbra a las cimas de la fama a unos cuantos futbolistas, influencers y tertulianos.
Pongamos el caso de los camioneros y camioneras. En un programa de entrevistas una de ellas denunciaba la sobrecarga de trabajo y la escasez de lugares para ducharse y comer caliente, una vez clausurados hoteles y restaurantes. Si no fuera por ellos/as, de dónde íbamos a sacar el añorado papel higiénico, otro eslabón de la cadena menospreciado antes y anhelado ahora.
Precisamente en los supermercados encontramos otro eslabón indispensable para que podamos comer, ducharnos y lavarnos los dientes. Cajeras, reponedoras, organizadoras de tiendas y demás están ahí, al pie del cañón de saliva, prestando un servicio valiosísimo.
Lo mismo podríamos decir de las fuerzas de seguridad, que están echando más horas que un reloj para que el imbécil de turno no salga a hacer running o dogging o lo que sea.
Los profesores también están llevando a cabo una labor callada pero efectiva. Me consta que la inmensa mayoría se ha puesto las pilas y en tres días se ha formado en e-learning más que en toda su vida. Incluso están sonando voces entre las familias para que se levante el pie del acelerador de los deberes a distancia.
Por supuesto que la primera línea del frente, la sanidad, ha sido reconocida ya unánimemente como el gran eslabón de esta cadena. Faltaría más.
Precisamente en ese mundo de la salud hay otro ejemplo de eslabón olvidado: los investigadores. Hace unos días alguien se preguntaba si el gobierno español hubiera dado dinero (y cuánto) para investigar la mutación de un virus de un murciélago asiático. Esa gente que se tira años de su vida analizando una molécula, una enfermedad olvidada, un poema, un reinado, lo que sea, nunca ha tenido el reconocimiento social que se merece, a pesar de que, como se ha visto, el efecto mariposa ha demostrado contundentemente ser algo más que una teoría de salón.
Y para terminar están los virus, apenas una cadena química que no es materia inerte, pero que no es vida, un eslabón perdido, ínfimo e invisible al que tampoco se puede menospreciar, quod erat demonstrandum.