Circula por las redes sociales un vídeo en el que se ve a una niña de espaldas andando por el borde de la carretera. La toma se hace desde un coche en marcha que va unos cuantos metros detrás. El móvil que graba lo sostiene el padre, a quien se oye explicar lo que está pasando. La niña de diez años que camina ocho kilómetros a cuatro grados de temperatura es su hija. Ha sido expulsada del autobús escolar por acosar a otra alumna. El padre ha decidido que el castigo para esta actitud debe consistir en ir andando, en lugar de llevarla él en el coche. Hay otro caso parecido de otro padre con su hijo de diez años corriendo bajo la lluvia.
El vídeo ha corrido como la pólvora y ha recibido el beneplácito y aplauso de miles, de cientos de miles de progenitores, alumnado, profesorado y gente ajena a este asunto tan controvertido de la educación.
La primera vez que lo vi, me sentí perplejo. Lo primero que no entendía era por qué un padre grababa la humillación de su hija y la subía a internet. Luego no entendí la casi unanimidad del público que consideraba la medida acertada. Por último, no entendí la medida en sí misma.
Existen muchas otras posibilidades educativas distintas de esta especie de ley del talión ("si esa niña acosada no puede en ir en transporte por tu culpa, tú tampoco irás"), que en este caso presenta el agravante de ser aplicada a una menor, quien todavía no ha desarrollado plenamente su capacidad de autocontrol (inhibición cortical la llaman los neuropsicólogos). Si la educación consistiera simplemente en castigar, cualquiera podría ser educador/a, no existirían estudios, facultades, doctorados... Con un buen látigo, un cuñado en la barra de un bar, una regla o una caja de insultos y menosprecios estaríamos servidos. Pero no crean que soy un ingenuo. Llevo veinte años trabajando como jefe de estudios y las actitudes negativas/disruptivas hay que cortarlas lo antes posible (sobre todo el acoso), pero también he comprobado demasiadas veces la inutilidad del castigo, incluso su carácter contraproducente. No voy a ponerme aquí a explicar esas mil maneras que existen de educar; me vale con una: el ejemplo. Y así enlazo con lo que pienso que es el meollo de la noticia: si un padre puede llegar a ser cruel con su hija (4 grados de temperatura durante un periodo largo puede suponer un riesgo para la salud de una menor), no debe extrañarnos que ésta lo sea con su compañeras. Es de libro: el acoso como transmisión de violencia.
Ignoro si el castigo se levantó dos kilómetros o dos días más allá de la grabación. Lo mismo este señor se las quiso dar de justiciero ejemplarizante y luego es un cachopán. Cualquiera sabe. Cosas más falsas se han visto.