El martes pasado acompañé a mis alumnas a selectividad. En medio de la vorágine de risas nerviosas, una de ellas se me acercó y me mostró su camiseta, autodiseñada, en la que criticaba el valor intelectual de las pruebas (por delante) y los precios de tasas y matrículas (por detrás). A los pocos días me escribió diciéndome que el asunto se le había ido de las manos. Sus dos fotos con la camiseta (anverso y reverso), que había subido a Twitter, se habían convertido en trending topic o algo así y había tenido quince mil likes y no sé cuántos retuiteos y comentarios. La cosa fue tan desmesurada que llamó la atención del Huffington Post y días después la invitaron a una entrevista radiofónica.
Como pasa con casi todo en este país, surgió la polémica: ¿Es verdaderamente elitista, como rezaba la camiseta, la educación en España? ¿Hay becas suficientes y en cuantía suficiente para todos y todas? ¿Hay pobres que se gastan el dinero de las becas de sus hijos comprando móviles y viajes a Disney? Etc. No tengo datos fidedignos de fraudes becarios, ni de gente de clase media/baja que estudia o no estudia grados. Lo que sí sé es que entre quienes se quedan por el camino son mayoría los hijos e hijas de familias desfavorecidas. Eso lo puedo certificar en cualquier momento. Y también tengo datos, con nombres y apellidos, de excelentes alumnos y alumnas, cuya continuidad en el sistema educativo superior está fuertemente amenazada por razones estrictamente económicas.
Sea como fuere, quienes hemos dado clase de esta alumna nos sentimos muy orgullosos/-as de que haya demostrado esa creatividad, valentía y empatía con los que menos tienen, porque lo que pedía no era estrictamente para ella, sino para gente que ella conoce. En ese sentido ella sí ha entrado en la élite, en la de la buena gente.
Y para colmo tuve el honor de dirigirla como actriz en el Secuestro en el Orient Express. ¿Qué mayor recompensa podemos esperar los docentes?