Ya estoy de vuelta de este viaje tan especial a Japón. Especial por las fechas que han abarcado (plena floración de los sakuras en Osaka) y por razones familiares, que son una mezcla agridulce de alegría y tristeza, tan paradójica y vital como el propio auge y caída de los pétalos del cerezo.
Cada vez que vuelvo tengo la tentación de contar una gran cantidad de cosas que luego no cuento. Temo incurrir en el tópico del amigo pesado que no para de soltar anécdotas sin fin y de enseñar fotos a traición. Por eso utilizo este medio, el blog, para ir dando fe de cosas que he visto, comido, olido y oído en mis estancias en Japón.
A pesar de que hemos estado ocupados con asuntos domésticos, ha habido tiempo para ver y aprender. Y para aprender a ver. De esto quiero hablarles.
Iba por la calle camino del supermercado y observo a un niño de unos seis años que iba solo por la calle a eso del mediodía. No es la primera vez que veo niños yendo solos al colegio con sus mochilas impecables, pero este iba ligero de equipaje, que diría don Antonio, y como mirando a los lados, edificios, carteles... y hablando solo también. Aunque me intrigó, no le di más importancia, pero a los pocos días nos contó una profesora de la Universidad de Osaka que existe la costumbre en Japón de que los niños vayan sin compañía de adultos al colegio desde el primer día. Y, por supuesto andando o en autobús/metro. Nada de atascos multitudinarios con policías y doblesfilas. También nos dijo que, como Osaka (y sus alrededores) está considerada una gran zona urbana más o menos "peligrosa", las madres se colocan en ciertos tramos o esquinas y van "redirigiendo" a los niños en su recorrido de forma sutil e indirecta. Al parecer el niño que me encontré estaba "en prácticas", ya que precisamente a principios de abril empiezan las clases en todos los niveles. En ese sentido, como en otros, los japoneses viven según los ritmos de la naturaleza.
Y conforme a esos ritmos también llegué con la flor de cerezo y me fui cuando la lluvia arrancó y esparció sus pétalos por el suelo, lo que me llevó a escribir el siguiente haiku que ha traducido amablemente la profesora Tamiko Nakamura. Han salido más. Ya veré que hago con ellos. Quizá acabarán siendo una sección de un futuro libro.
Y todo esto (no se olviden) gracias a la valentía y valía de nuestra corresponsal y ,desde ahora, profesora de español de la Universidad de Osaka, Fina G. Naranjo.
NOTA: Quienes quieran ver fotos de este viaje y un par de haikus más pueden entrar en la cuenta de Instagram "montecoronado".