La historia está llena de momentos cruciales (casualidades, traiciones, caídas de caballos...) que cambiaron el curso de los acontecimientos. En la vida personal también los hay.
Es cierto lo que dicen muchos sabios: que todo es un flujo indefinido de tendencias, movimientos sociales, características psicológicas... Pero no menos verdad es que si, por poner un caso, el chófer de archiduque de Austria-Hungría no se hubiera equivocado de calle en Sarajevo, lo mismo el famoso atentado no se hubiera producido y se podrían haber evitado las dos guerras mundiales. Nunca se sabe. No creo que esos dos grandes conflictos fueran el colofón inexorable de un destino ineludible. No quiero creerlo.
Un caso memorable de momento de cambio, de iluminación, de satori (como lo llaman en el zen) es el que cuenta Haruki Murakami. Estaba en un partido de béisbol y en medio de una jugada entendió que tenía que escribir una novela. Más tarde ahondó en el descubrimiento y resultó que era un novelista, no el dueño de un bar de jazz en Tokio.
En la vida de cada cual hay satoris de todo tipo e intensidad. Unas veces descubrimos en una sonrisa una traición, en una noticia, la solución a un problema; en el reflejo de un charco, un recuerdo que nos conduce a la depresión; en el sabor de una magdalena, la decisión que no queríamos tomar. El zen trabaja mucho este concepto y sus apólogos están llenos de repentinas iluminaciones, que llegan tras un golpe, una frase, un pájaro que canta a lo lejos... Muchos haikus son el rastro de pequeñas iluminaciones que el poeta vierte en diecisiete sílabas con la esperanza de que otros se transformen momentáneamente:
Canta el pequeño cuco
precisamente hoy
que no hay nadie.
Ayer en clase, explicando a Miguel Hernández, les conté a las alumnas (para dos alumnos que hay generalizo con el femenino) que leyendo la "Elegía a Ramón Sijé" sufrí una especie de iluminación "de piedras, rayos y hachas estridentes". Luego vinieron más satoris y personas/satoris y casualidades... y acabé con un puñado de versos publicados por ahí. Quizá si no me hubiera topado con ese poema en precisamente ese momento, ahora sería médico, novelista, cura o pertiguista. Nunca se sabe. Por suerte.