Corrían los albores de los ochenta, aquellos años en los que nadie era responsable de casi nada. Habíamos escapado indemnes de una dictadura, de un golpe de estado zarzuelero y pronto lo haríamos de Curro y Cobi.
En el instituto donde era alumno (el Sierra Bermeja de Málaga) nos reuníamos unos cuantos atrevidos y atrevidas adolescentes, en torno a poemas y a la buena compaña de Dámaso Chicharro, creador del taller de poesía Tediria. Un buen día Dámaso apareció por allí con los antipoemas de Nicanor Parra y allí fue Troya. De pronto descubrimos que había un mundo más allá de la taciturnidad de la transición, de los clásicos, los modernistas, Machado, Lorca, Hernández y demás. El libro iba de mano en mano, como la falsa moneda, movido por la avidez de quienes buscan un tesoro de palabras... hasta que se perdió. De entre todos los muchos y buenos poemas del maestro chileno nos gustaba, por lo coral y surrealista, "Viva la Cordillera de los Andes". Esta tarde, cuando he conocido la muerte de Nicanor Parra, he mandado algunos mensajes con ese texto. Algún amigo de aquellos años me ha llamado preguntándomelo: "¿Ha muerto ya?". Otros simplemente ha continuado el estribillo de aquel poema: "Muera la cordillera de la costa". Otro ha opinado que ha sido una anti-muerte, una muerte pasada de fecha (¡103 años!).
Con el tiempo cada cual siguió su camino y el mío corrió paralelo a la cordillera de la poesía (explicándola, escribiéndola, recitándola, cantándola...) y cuando andaba buscando un título para uno de mis libros, lo encontré en unos versos de Nicanor Parra: "A propósito de escopeta / les recuerdo que el alma es inmortal".
Y es que siempre (antes de conocer su obra) me encontré muy cómodo en los márgenes de la poesía, en la trinchera contraria a veces, pero sin tanto ahínco y contundencia como el maestro. Falta de pulso o de valor, pusilanimidad estilística.
Adiós, maestro del disparate razonable, de la rima tonta y profunda, del discurso truncado, de la frase certera, como pedrada de cabrero, el que dijo una cosa por otra, un embutido de carne y bestia. Viva la cordillera que te parió.
Viva la Cordillera de los Andes
Tengo unas ganas locas de gritar
Viva la Cordillera de los Andes
Muera la Cordillera de la Costa.
La razón ni siquiera la sospecha
pero no puedo más:
¡Viva la Cordillera de los Andes!
¡Muera la Cordillera de la Costa!
Hace cuarenta años
que quería romper el horizonte
ir más allá de mis propias narices,
pero no me atrevía.
Ahora no, señores,
se terminaron las contemplaciones:
¡Viva la Cordillera de los Andes!
¡Muera la Cordillera de la Costa!
¿Oyeron lo que dije?
¡Se terminaron las contemplaciones!
¡Viva la Cordillera de los Andes!
¡Muera la Cordillera de la Costa!
Claro que no respondo
si se me cortan las cuerdas vocales
(en un caso como éste
es bastante probable que se corten).
Bueno, si se me cortan
quiere decir que no tengo remedio
que se perdió la última esperanza.
Yo soy un mercader
indiferente a las puestas de sol
un profesor de pantalones verdes
que se deshace en gotas de rocío
un pequeño burgués es lo que soy.
¡Qué me importan a mí los arreboles!
Sin embargo me subo a los balcones
para gritar a todo lo que doy
¡Viva la Cordillera de los Andes!
¡¡Muera la Cordillera de la Costa!!
Perdonadme si pierdo la razón
en el jardín de la naturaleza
pero debo gritar hasta morir
¡¡Viva la Cordillera de los Andes!!
¡¡¡Muera la Cordillera de la Costa!!