El personal se despacha a gusto dando opiniones sin medida. Una veces lo hacen desde los púlpitos, otras, desde las cátedras, los blogs, los tweets o, lo más clásicos, desde la barra del bar, sobre todo si es barra libre.
No hay límites para la doxorrea (o fluido de opiniones). Ocupan gran parte de discurso doxorreico los políticos, con su ineficacias, distanciamientos y corruptelas. Les siguen de cerca alteridades varias, es decir, los otros, los enemigos, los que no son como el doxorreico y sus oyentes (futuros doxorreicos activos): las mujeres/hombres, los madrididistas/culés, los guiris, los moros, los ricos, los funcionarios, los ecologistas, los milenials, los calvos...
Los púlpitos del doxorreico son variados en el mundo virtual y mediático, pero también lo son a pie de calle. Uno de los más terribles, por lo que tiene de incontrolable, es el asiento del conductor del taxi. De ahí no te puedes escapar. Recuerdo un viaje trepidante y terrorífico por las calles de Málaga en el que el taxista no paraba de opinar sandeces varias. Para cortarlo, a alguien del pasaje se le ocurrió preguntar por el fútbol, potente desviador temático, pero el hombre dijo que no podía poner la radio porque el médico se lo había desaconsejado: "Por lo nervios". Y seguimos disfrutando de semáforos en ámbar, curvas cerradas, frenadas y acelerones...
Otros son las reuniones de todo tipo: familiares (con el cuñado a la cabeza como arquetipo doxorreico), vecinales o laborales. En estas últimas predomina el tópico "malditos jefes". Luego están las colas, casi siempre de tiendas de barrio o de mercado de abastos. Las de supermercados y bancos son más silenciosas y tristes: los bips del escáner, las deudas vergonzantes...
Pero sin duda el rey de los púlpitos populares es la ya mencionada barra del bar. El efecto desinhibidor de las sustancias ingeridas (excitantes o embriagantes), la postura de codo-en-barra, la falta de libertad de los que han sido invitados a una ronda, la esperanza de tomar la palabra en cuanto se pueda meter cuña... hacen de esta situación el paraíso, el Xanadú, el Shangrilá del doxorreico. Allí, además, cuenta con el apoyo argumental del televisor, que no para de suministrar catástrofes y chismorreos, con los que el doxorreico apuntala su discurso múltiple e inagotable, como una hidra de mil cabezas a la que no hay un Hércules que le corte el rollo.