La que más me gusta es "el rey de la selva", referida a un animal que ni habita en la selva ni se enfrenta a otros animales. Es una especie de vago melenudo que vive en la sabana a costa de las hembras. En otras palabras, un proxeneta de secarral. Dejemos de lado a El rey león, ese "simbático" y menudo Hamlet, y al rey de León, que sí existió de verdad. Lo que no existió fue ningún león, ya que, como saben, es una deformación de la palabra latina "legionem".
Luego está el rey del rock, nacido en un país republicano. Y el del mambo, que no sé muy bien quién es ni a qué se dedica.
Si bajamos el escalafón, tenemos a las princesas que llegan demasiado tarde, como decía la canción, o esperan ser desposadas por un príncipe, que ora es azul, ora verde como una rana, o marrón como una galleta. Y princesitas en cada casa y en cada franquicia de Disney.
También hay príncipes menudos y negros de Minneapolis, que cantan bajo una lluvia púrpura, y graciosas majestades que entonan rapsodias bohemias. Incluso sultanes del swing y reinonas de altos tacones, que recorren desiertos entre canguros, koalas y pelotas de ping-pong.
Todo un mundo de coronas y cetros al servicio de nuestra clasista imaginación.