En España (puede que en otros sitios también) tendemos a confundir profesionalidad con aburrimiento según la siguiente fórmula: si eres profesional, eres un profesional serio, ergo no eres divertido, en consecuencia eres un tipo/a amargado, que no sabe disfrutar de la vida, que son tres días (y uno nublado). Eso incluye, si me apuran, hasta a los payasos profesionales.
Veo en bares, tiendas y gasolineras a muchos y muchas trabajadores de otros países que hacen sus tareas con ahínco y profesionalidad, con dedicación, concentración y, en el buen sentido de la palabra, seriedad. Y observo el contraste con muchos compatriotas, para los que el trabajo es algo "demasiado serio", antivital casi, algo que les impide vivir plenamente su existencia de individuos libres: cajeras hablando sin parar sobre sus permisos o la fiebre de sus hijos, fontaneros que no traen las herramientas (¿Tendrá usted por ahí una escalerilla?), repuestos que siempre-hay-que-pedir-a-Barcelona, cartas extraviadas, citas médicas post mortem...
Creo (es una teoría endeble) que esta actitud indolente hacia el trabajo proviene de aquellos siglos en los que España creía merecer todo lo que llegaba en los barcos de América y todo el mundo se creía alguien ("Usted no sabe con quién está hablando. Yo soy un concejal de Cuenca"). El trabajo era indecoroso para la nobleza y oneroso para el pueblo llano, limpio de sangre. Sólo trabajaban los judíos (en las ciudades) y los moriscos (en el campo). El resto era una pléyade de quijotes, sanchopanzas y lazarillos buscando el chollo, la prebenda, la herencia o la lotería. Súmenle a esto la sobrecualificación: soy ingeniero y estoy vendiendo helados de dulce de leche, así que no me pidas que me dedique a esto con demasiada intensidad. Max Weber ya dijo algo al respecto, pero relacionándolo con la religión.
Vale, lo mismo son generalizaciones y hay inmigrantes que se escaquean y españolitos dando el callo. Me callo, no vayan a pensar que soy un ensayista antiespañol, poco serio y profesional.