Seguramente no habrán visto (ni oído hablar de) esta película: La muerte de mi amor. Es de mediados de los cuarenta, en plena posguerra, cuando mi madre tenía diez años aproximadamente. Digo que no habrán oído hablar de ella, porque no existe. Es un título que se inventó mi madre sobrevenidamente o, como dicen mis alumnos/as, por la cara. En una supuesta y remota conversación de aquellos legendarios tiempos alguien le preguntó:
—Pepita, ¿dónde has estado?".
A lo que ella respondió:
—En el cine Rialto.
—Y ¿qué película has visto?
—La muerte de mi amor.
Así, por la buenas, amalgamando con ingenio sincrético las tramas y títulos de muchas películas que tratan esos dos temas axiales de la narrativa de todos los tiempos.
En mi modesta opinión de hijo y de fan de una y de otro, Borges no llegó a la altura de mi madre cuando dijo aquello de que cuatro son las historias que se repiten a lo largo de toda la literatura: el cerco, el regreso, la búsqueda y el sacrificio.
Lo siento por mis colegas borgeanos: Borges es único, pero madre no hay más que una.