Saber ser

Valentina Tereshkova, la primera mujer astronauta.
Valentina Tereshkova, la primera mujer astronauta.

No soy muy dado a hablar de evidencias.  Me aburren.  Pero a veces la realidad parece negar a la propia realidad.  Pongamos el caso de las mujeres.  Me parece infinitamente absurdo que se cuestione su valía en cualquier campo, el que sea: escriben, cantan, escalan, corren, cocinan, enseñan, piensan, bailan, esculpen, investigan, legislan, inventan...  No sé.  Es tan, tan evidente, que no merece más comentario.

 

Por otro lado, como ciudadanas que son, tienen todo el derecho del mundo a vivir tranquilas, como los hombres, los bisexuales, y todas las posibles combinaciones identitarias sexuales.  

 

Hasta aquí no creo que haya que dar demasiadas explicaciones.  Cae por su propio peso.  Ahora bien, esto que pienso yo, que piensan las mujeres y gran parte de los hombres, parece que no es tan claro, ni tan evidente para una parte de la población masculina (ignoro el porcentaje).  Como digo, no me gusta escribir sobre lo que las noticias están todo el santo día contándonos.  En parte porque quizá reincidir en lo evidente puede conducir al hartazgo y la consecuente invisibilidad.  Es como esa frase que sueltan las misses en los concursos, lo de la paz en el mundo y demás, que acaba por convertirse en un cliché, para pasar luego a la inconsciencia o al olvido.

 

Pero a veces, cuando me topo con violaciones grupales, amparadas en la cobardía de unas manadas escondidas en manadas más amplias, como son ciertas fiestas tradicionales masificadas; o con asesinatos truculentos más al por menor, más fríos, intensos y premeditados, me pregunto qué ha fallado y qué está fallando.  Y entonces me invade una parte de culpa y responsabilidad.  La educación debiera ser el dique para este tipo de actos, ideas y personas.  Necesitamos, más que nunca quizá, una educación centrada en los valores y no en los conceptos, más en la ética que en la gramática, la botánica o la trigonometría. Me temo, por experiencia, que ese giro hacia la "desacademización" de la educación sólo puede venir desde arriba, desde unas leyes que obliguen de forma más clara a atajar este y otros problemas de comportamiento que sufre nuestra sociedad.  No esperemos que las editoriales ni gran parte del profesorado motu proprio sacrifiquen su negocio (en el primer caso) y su tradición (en el segundo).

 

El saber no ocupa lugar, pero el ser es el lugar en el que vivimos. Si no sabemos ser, sobran todos los saberes.