Las visitas son una ancestral costumbre humana. Supongo que empezarían hace millones de años en las míticas gargantas de Olduvai, allá en Tanzania. Un clan "x", asentado en un refugio vería acercarse a un clan "y". Se husmearían, se hablarían (o lo que fuese), tal vez se tocarían y luego alguien de la tribu "x" sacaría una escoba y simularía barrer alrededor del fuego. A continuación un miembro anciano del clan "y" diría en su protodialecto: "Bueno, va siendo hora de que nos vayamos, que esta gente se querrá acostar". Y, si no albergaban algún gen español, se irían inmediatamente hacia su pétreo sweet home.
Más tarde la historia siguió su curso y ya los sapiens se fueron de visita por todo el mundo, los judíos visitaron la tierra que les prometieron; los aqueos, la ciudad de Troya; Odiseo, medio Mediterráneo; Napoleón, los alrededores de Cádiz; Hitler, Varsovia, etc. Durante ese tiempo también se dieron visitas más protocolarias y no tan violentas. Entonces se inventó el turismo. Puede que el primer turista fuera Heródoto. En la Edad Media hicieron lo mismo Marco Polo e Ibn Battuta, aunque algunos de estos viajes eran más de trabajo que de ocio. Los románticos sí que ya establecieron las bases del turismo moderno: ese Washington Irving en la Alhambra, ese Byron en los lagos, ese Goethe en Roma... Cuando la cosa fue a más, algunos turistas, movidos por un afán claramente elitista, se autoproclamaron "viajeros" y aplicaron el término "turista" a las masas de japoneses con banderitas o de ingleses saltadores de balcones, por ejemplo. Cuestión de orgullo.
Y luego están las otras visitas, las de personas que no pueden permanecer donde vivían porque las están bombardeando, matando de hambre o ambas cosas. A esas visitas las llamamos "refugiados". Cuestión de semántica.
En estos tiempos, a quienes nos ha tocado vivir en los lugares "turísticos", tenemos un evidente conflicto de intereses: necesitamos que vengan las visitas con su dinero, pero no las que no lo tienen o lo gastan poco. Y además queremos que no vengan todas a la vez y a los mismos sitios. Cuestión de seguridad casi, de higiene también. Hay quienes incluso han sacado la escoba insinuadora, aunque la gallina de los huevos de oro es grande y pesada y no se va así como así. Y para colmo está el asunto de las ganancias. Piensan muchos que estas visitas masivas solo benefician a unos cuantos empresarios y a unos cientos o miles de camareros explotados, que tardan una eternidad en traerte el tinto de verano. Y entre los enfados del vecindario y la falta de calidad del servicio, al final lo mismo la gallina, que a la par de grande es volátil, se va a poner sus áureos huevos a Cancún, a Croacia, o al Norte de Marruecos. Cuestión de gustos y de agencias.
Para terminar quiero señalar la existencia de un tercer o cuarto tipo de turista, mezcla de dos de los anteriores: el "refugiado turístico", es decir, aquel que se va de turismo porque en su ciudad hay ya demasiados turistas. Muchos malagueños, por ejemplo, entramos en esa categoría. Lo malo es que salgamos de Guatemala para meternos en guatepeor. Deberíamos reservar hotel en esas ciudades abandonadas, cuyos habitantes invaden nuestras playas y chiringuitos: Madrid, Nueva York, Córdoba, Bonn, Manchester... Cuestión de presupuesto.