Antes de usar alegremente el adjetivo decimonónico como insulto sinónimo de rancio, atrasado, anquilosado, etc., deberíamos recordar que en aquel siglo vivieron, entre otros y otras, Beethoven, Goethe, Mary Shelley, Van Gogh, Hegel, Byron, Pardo Bazán, Austen, Marx, Bakunin, Baudelaire, Puccini, Galdós, Bécquer, Wagner, Wilde, Poe, Nietzsche, Flaubert, Balzac, Dostoievski, Twain, Tolstoi, Mendel, Darwin... cuyas ideas, colores, palabras, historias y sonidos forman parte del pensamiento y arte vigésimoprimario (o como se llame o se vaya a llamar).
Y tres cuartos de los mismo podríamos decir de la Edad Media, de la que el personal apenas conoce cuatro generalidades peliculeras, cuando no francas falsedades. Un ejemplo: la gente estaba
todo el día lamentándose de la vida y deseando morirse para ir al cielo. Pregúntenle al arcipreste de Hita, a Boccaccio o a aquellas muchachitas mozárabes que cantaban pronográfica y
contorsionistamente:
¡Tanto te amaré
solo con que juntes
mi ajorca del tobillo
con mis pendientes!