Menos mal que pasan cosas como estas, cosas que nos apuntalan o incluso nos espolean, cosas buenas e inesperadas, las caras de tantas cruces con las que nos vamos tropezando.
Un compañero, difundidor de la filosofía como pocos, recibió ayer una visita inesperada. Un antiguo alumno lo buscaba por los pasillos. Le dije que lo acababa de cruzar, pero que le había perdido el rastro en la marea humana docente y discente.
Al rato el profesor me contó que por fin se habían encontrado y que el alumno le dijo que había venido simplemente a darle las gracias, porque en un momento de desánimo académico y vital, supo convencerlo para que estudiara y saliera del ensimismamiento autocomplaciente y autodestructivo en el que se sumen muchos jóvenes, visto lo visto y lo por venir.
Llámenlo karma, llámenlo justicia poética, llámenlo equis o recompensa, pero una visita como esa casi (o sin casi) justifica una vida dedicada a que los demás sean mejores o, al menos, estén mejor.
A mí no me agradecieron nada, pero me vale como si lo hubieran hecho. Y todos aquellos que han aportado algo a alguien debieran también sentirse identificados con esta anécdota, que de nihilistas baratos y apocalípticos de saldo andamos ya bien sobrados. Menos mal.
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Fina (jueves, 06 octubre 2016 18:34)
Totalmente de acuerdo. Enhorabuena, profesor.