Hace tiempo que se olvidó la primera parte de aquel viejo adagio latino: Mens sana in corpore sano.
Ejercitamos los bíceps y no ponemos a punto la memoria.
Cuidamos nuestros tobillos y aletargamos nuestra imaginación.
Tememos por nuestro colesterol y no tememos al miedo mismo, que en tantos momentos nos atenaza.
Corremos, pero no leemos.
Brincamos y sudamos para rebajar nuestras tripas, pero no perdemos ni un momento en leer las Memorias de Adriano ("es que no tengo tiempo, estoy muy liado, este verano quizás...").
Tomamos Danacol, pero no escribimos haikus.
Nos hacemos chequeos, pero no despejamos ecuaciones.
Reverenciamos nuestras abdominales, pero no nos preparamos para la muerte.
El poema del que procede la famosa frase es la Sátira X del poeta latino Juvenal. Curiosamente su sentido global apunta más hacia la salud del espíritu, alma o psique, que hacia la del cuerpo:
Se debe orar para que se nos conceda una mente sana en un cuerpo sano.
Pedid un alma fuerte que carezca de miedo a la muerte,
que considere el espacio de vida restante entre los regalos de la naturaleza,
que pueda soportar cualquier clase de esfuerzo,
que no sepa de ira y esté libre de deseos,
que crea que las adversidades y los terribles trabajos de Hércules
son mejores que las satisfacciones
la fastuosa cena y la placentera cama de plumas de Asurbanipal.
Te muestro lo que tú mismo puedes darte con certeza,
que la virtud es la única senda de una vida tranquila.
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