Ante todo, gracias a los felicitadores tempraneros. Las hay que me han felicitado ocho horas antes, las justas que hay de diferencia entre España y Japón. Arigato, gracias, merci, shukran a todos y todas.
Me parece que otros años ya he puesto por aquí el poema titulado "Cumpleaños" de A estas alturas. Pues este año le va a acompañar este otro de A propósito, que bien puede valer también para semejante ocasión tan azaroza, relativa, cuantitativa, feliz...
A PROPÓSITO DE MI HERENCIA
Cuando yo nací
el mundo ya estaba ensamblado.
Las clases sociales, las catedrales,
las vendetas y los derechos humanos
circulaban ya desde hacía tiempo.
Nada me preguntaron
sobre mis gustos ni preferencias:
si me agradaba el calor de las doce en verano,
o los tristes escombros en los descampados del extrarradio.
Nadie se acercó al hospital
a darme explicaciones
de por qué las ratas viven en las alcantarillas
y los cucos en los árboles,
de por qué febrero es corto
y el arte es largo.
Nadie tampoco pudo ni quiso justificar
la balanza de pagos de los reinos olvidados,
las utopías, las letras de cambio,
la salsa bearnesa, los estribillos de las canciones del verano,
las curvas peligrosas, los colofones de los libros de viejo,
la supuesta sonrisa de la Monalisa,
el olor dulzón de las jacarandas,
la repentina decadencia del imperio azteca,
los calcetines desparejados,
el burro perdido y encontrado y perdido de Sancho Panza,
el ojo ausente de Nefertiti.
Yo solito
y cuando digo yo,
hago extensible el pronombre a todos ustedes,
me las tuve que ingeniar
para saltar los charcos,
pagar las facturas,
doblar lo más correctamente posible las camisas,
reír cada mañana
y dejarlo todo preparado
para que otro reciba en su momento
esta terrible y maravillosa herencia
que nadie se merece.
CUMPLEAÑOS
Un buen día lo precipitan a uno
desde no se sabe qué insondable altura
como a un saco lleno de sorpresas
y ese momento es ya una marca
en la falsa lista de los amaneceres.
Llegado ese momento se cae
en la cuenta de que cada segundo
es como la bisagra
de la que sólo conocemos
una hoja o mejor
o peor aún, si me apuran,
que todos los minutos
son una broma tersa, brillante y resbaladiza
como este cuchillo de acero inocente
que divide el corazón de la tarta.
Sólo se piensa para atrás,
porque hacia adelante
en la parte de los dedos que señalan
la correcta dirección de nuestros pasos
no valen las nostalgias de talón,
que miren ustedes
por dónde murió aquel héroe.
Y uno ya está soplando
y es un céfiro de barraca de feria,
pues estas velas no mueven navío
ni buscan otro puerto que apagarse.
Y luego hacia los vasos,
como hacia la salida
y a través de sus cristales,
cuando se apuran los últimos sorbos
son tan feos los invitados,
que uno coge y escupe dentro
y simula un golpe de tos.
Pero al no verse luz alguna,
uno recuerda o inventa
que sólo se sale de donde
previamente se ha entrado
y que acaso no sea uno
ese saco de sorpresas
que los dioses tiraron a la tierra.
A lo más, la cuerda que lo ata
y de la que se vale el tiempo
para tirar con saña de las cosas
que ocurren o suceden.
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