Haciendo repaso de estantería he dado con uno de los muchos libros de esa biblioteca que es para mí el aeropuerto Charles de Gaulle. Se titula L´humour-thérapie y ha resultado un hallazgo feliz. Moussa Nabati (doctor en psicología de la Universidad de París) presenta una recopilación de historias, chistes, anécdotas, relatos y facecias del mítico Nasredín (o Nasredín). Y cuando digo mítico digo que no existió. Es un personaje popular en el mudo islámico y alrededores, desde Sicilia hasta Mongolia, al que se le suele representar con un gran turbante, indicio quizás de su gran cerebro.
Su filosofía es más bien lo que hoy llamaríamos anti-sistema, cuestionando a los filósofos y al mismísimo Corán si se tercia. Por eso fue adquiriendo el talante de sabio sufí, ya que esta secta mística se oponía a cualquier tipo de institución o jerarquía que impidieran el acceso del ser humano a la divinidad.
Dos curiosidades he encontrado entre las historias. La primera es un relato que plantea un problema jurídico que aparece en los capítulos de Sancho en la ínsula de Barataria (el del puente en el que se ajusticia a los que mienten). La segunda es otro que plantea una historia de un tiro con arco que me ha recordado mucho el libro de Herrigel sobre el zen y el tiro con arco que otra vez les reseñé. Y es que el zen guarda ciertas relaciones con el sufismo, en tanto que doctrinas heréticas y, en mayor o menor medida, acratoides, individuales (¿individualistas?) e iletradas, que ponen especial énfasis en la experiencia directa y que, como Nasredin, abominan de la auctoritas.
Un ejemplo de cuento que traduzco muy libremente:
"Un discípulo le preguntó a Nasredín dónde podía encontrar la felicidad.
--Yo soy de los que la encuentran en el Corán.
--Pero yo me sé el Corán de memoria. Conozco todos su pasajes, suras y aleyas y nunca he encontrado esa felicidad.
--Yo sí. Entre sus hojas hay unas flores secas que me dio mi madre y una carta de mi querido amigo Mohamed.
El Corán como estuche. He aquí una herejía en toda regla en pleno siglo XIII. Para que digan de los pobres cátaros, con sus sutilezas intelectuales y morales sobre la pobreza de Cristo.
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